sábado, 12 de enero de 2019

DIRECCIONES INUSUALES

Juan Pablo Aguilar Andrade
actualidadfilatelica@gmail.com

En estos días se ha difundido la imagen de una carta supuestamente enviada por correo en Islandia, y que habría llegado a su destino pese a que en lugar del nombre y la dirección del destinatario, había un mapa y unas pocas indicaciones: "una granja con una pareja de un islandés y una danesa, tres hijos y muchas ovejas" en Búðadarlur, Islandia.

Sin duda no habrá filatelista al que la foto del sobre no le genere dudas; si uno se fija bien, el matasellos con el que se canceló la estampilla "no muerde", esto es, se encuentra solo sobre la estampilla pero no hay rastros de él en el sobre.

La carta supuestamente entregada por el correo islandés. Nótese como el matasellos sobre la estampilla no toca el sobre

Pero, aunque la historia de la carta islandesa puede ser un simple cuento para llamar la atención en las redes sociales, los carteros, al menos en los países en los que el servicio postal funciona adecuada y racionalmente, cumplen con su tarea siempre que cuentan con cualquier pista que permita identificar al destinatario.

Agustín García de Paredes, por ejemplo, me acaba de contar que una ocasión el servicio postal canadiense le localizó en Toronto, donde vivía en ese entonces, para entregarle una carta que solo decía "Agustín García de Paredes, Canadá".

Hace algún tiempo se publicó en este blog una nota de Marcela Díaz Cabal, en la que nos mostraba una carta enviada desde España el 8 de mayo de 1952 y recibida en Los Ángeles quince días más tarde. Los remitentes se habían propuesto un reto, conseguir que el cartero logre identificar al destinatario, la biblioteca pública de Los Ángeles, pese a que la dirección no estaba escrita, sino dibujada; y el empleado postal lo hizo.

La carta con la dirección ilustrada, dirigida a la biblioteca pública de Los Ángeles, y recibida en ella, en 1952
(foto de Marcela Díaz Cabal)

El tema me recuerda una anécdota del escritor español don Ramón del Valle Inclán,  que odiaba a su colega José de Echegaray; la trayectoria académica y política de este último había hecho que el Ayuntamiento de Madrid bautice con su nombre a una de las calles de la ciudad. Ya en la madurez, Echegaray se dedicó de lleno a la literatura y en 1904 se convirtió en el primer autor en lengua castellana que recibió el Premio Nobel pese a que, sin duda, su obra no justificaba ese galardón.

De izquierda a derecha, José de Echegaray, Ramón del Valle Inclán y Nilo Fabra

En alguna ocasión, Valle Inclán envió una carta al escritor y político Nilo Fabra, quien vivía en la calle de Echegaray, número 16. El odio de Valle Inclán era tal, que no estaba dispuesto a escribir el nombre de su enemigo, así que lo que puso en el sobre fue: "Nilo Fabra, calle del viejo idiota, número 16".

Este no fue un problema para el cartero, que entregó la comunicación a su destinatario.

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