domingo, 25 de febrero de 2018

EL VIAJE DE LINDBERGH A SUDAMÉRICA (VII). NICARAGUA

Charles Lindbergh


Estampilla de 2 centavos  de la serie de diez valores, para correo
ordinario y aéreo, que emitió Nicaragua en 1977 para conmemorar
la llegada de Lindbergh a ese país, en enero de 1928
Espirales de humo que arrojan los volcanes son los heraldos de la ruta a Nicaragua

Durante mi carrera a Tegucigalpa pasé por otra ciudad que de acuerdo con el mapa era León, muy cercana a la costa del Pacífico. Desde León se puede ir a Managua en poco tiempo en un buen ferrocarril.

No bien había terminado la sección montañosa, que queda en la parte media del camino, que ya se divisaba la costa y los islones volcánicos del Golfo de Fonseca, hacia la derecha. Desde aquí en adelante la vista del Océano Pacífico era permanente, en el horizonte occidental.

Pasé por sobre un volcán extinguido, que exhibía tres cráteres concéntricos. Arbustos de regular tamaño crecían en el antiguo crisol volcánico y no existía el menor vestigio de erupciones recientes. En el mapa se decía que este era "El Viejo Volcán" y que tenía una elevación de 5.800 pies.

Media milla más allá estaba otro volcán de 2.000 pies de altura. Tenía el cráter de media milla de ancho y el fondo en nivel. No tenía vegetación de arbustos como el anterior pero se veían musgosidades. Después de 15 millas más de camino volvió a presentarse otro volcán. Estaba en actividad y lanzaba al aire gruesas columnas de humo. No había en los contornos de este tercer volcán la menor vegetación. El último volcán de tan temible grupo era el Momotombo, que está muy cercano a la ciudad de Managua.

Había volado desde Tegucigalpa a una elevación media de 11.000 pies. Cuando llegué a León descendí hasta mirar las calles por donde circulaban sus habitantes ansiosos de mirar las evoluciones de la nave. Efectué tres vueltas en honor de la ciudad y proseguí adelante, en dirección a Managua, que es fácil reconocerla por su vecindad al lago de Nicaragua. El campo de aterrizaje era extenso y bien marcado con buen número de aeronaves de los cuerpos de marina alineados en la parte norte.

El servicio regular aéreo entre Tegucigalpa y Managua podría mantenerse sin mayor esfuerzo, pues hay un sinnúmero de lugares aparentes para el aterrizaje forzoso en el trayecto.

Una vez en Managua los nicaragüenses y los aviadores norteamericanos diéronme la más cordial bienvenida, y se me invitó a conocer las famosas haciendas de plantaciones de café de un prominente nicaragüense en El Tazate, quien había estudiado en la Universidad de Cornell en los Estados Unidos. Esta hacienda queda a 15 millas de la ciudad entre colinas de regular altura que están cubiertas de plantaciones de bananos, huertos de mangos, helechos en abundancia y orquídeas de primorosos colores y diseños. Mientras paseábamos en automóvil me indicaron otro volcán apagado, que tiene una laguna en uno de sus extinguidos cráteres. Los nativos me dijeron que no tenía fondo y que allí habitaba un dragón descomunal.

El Spirit of St. Louis en Nicaragua

Volando a ras de la floresta para mirar los pájaros y las flores

Atravesé el lago Nicaragua en mi camino a San José de Costa Rica y como llovía tan fuertemente para poder mirar el suelo, descendía a una altura de 50 a 200 pies. Las 75 millas siguientes aparentaban ser regiones pantanosas e impenetrables y como las nubes de la tempestad se hallaban tan bajas, descendí hasta rozar con el aparato las copas de los árboles. Sabía yo que en caso necesario podía ascender nuevamente hasta vencer las nubes o podía también regresarme nuevamente en busca de atmósfera más favorable. También hubiera sido prudente guiarme solamente por las agujas de mis instrumentos de navegación hasta llegar a la sección montañosa, en donde probablemente estaría despejado. Por lo demás no me arrepentí de haber volado tan bajo, pues así pude mirar las selvas cubiertas de árboles gigantescos entre los que descollaban las palmeras, mangos y otras variedades de vegetaciones tropicales.

Tan cerca me hallaba del suelo que pude ver grandes cantidades de pájaros de colores extraordinariamente raros: verdes, azules y rojos encendidos. También había otros negros con plumas blancas en las espaldas.

El aterrizaje aquí hubiera sido difícil y expuesto. En primer lugar porque me encontraba a tan escasa elevación que me imposibilitaba escoger un lugar aparente para hacerlo; en segundo término, porque el camino está cubierto de de ciénegas y grandes venas que imposibilitarían el avance a pie. Otro momento pasé por un lugar donde se veía una piragua abandonada en el banco de un río, en lugar cercano a extensas plantaciones de banano y aunque se veía una casucha de paja no se descubría a persona alguna en toda esa sección de grandes pantanos. Apenas pasé el segundo río, enderecé mi carrera con rumbo al sur.

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