Charles Lindbergh
La estampilla emitida por Costa Rica, en enero de 1928, para conmemorar la llegada de Charles Lindbergh |
En Costa Rica, que es una de las repúblicas más prósperas de la América Latina
El terreno se iba elevando gradualmente conforme adelantaba en mi aparato. En el fondo del paisaje se dejaban ver las imponentes montañas. Hallé un claro entre las nubes y ascendí rápidamente hasta registrar cosa de 7.000 pies. Gané el valle después de atravesar la cordillera y me encontré, no sin sorpresa, frente a la ciudad de Alajuela. Quince millas más allá estaba San José. El aeródromo estaba tan congestionado de curiosos que me vi precisado a solicitar por medio de una nota escrita a mano desde las alturas, que se hiciera retirar a un lugar conveniente a las masas.
Crucé el campo y divisé que una banda militar con vestido de gala entonaba una marcha de bienvenida. Las gentes movían sus sombreros y banderas. Los impacientes costarricenses volvieron nuevamente a invadir el campo y los policías se vieron en el caso de desenvainar los sables para ordenarlos en dos filas. A causa de esas interrupciones imprevistas, aterricé después de 20 minutos de efectuar círculos. Allí encontré una considerable colonia de norteamericanos que residen en la hermosa ciudad de San José. Costa Rica es una de las repúblicas más prósperas de la América Latina.
Una vez allí, pude saber el gran interés que tanto los nativos como los extranjeros tenían por la aviación. El intercambio aéreo ha de operar indudablemente prodigios en cualquiera país donde se lo adopte. Como fruto de mi propia experiencia sabría decir que los países centroamericanos se encuentran en verdadera urgencia de adoptar el sistema de transporte aéreo ya que sus ferrocarriles son tan escasos y las carreteras son tan deficientes, que un viaje por tierra, que hoy se lo hace en muchos días o quizás semanas, se lo cumpliría en pocas horas de vuelo.
A la izquierda, Charles Lindbergh es recibido en San José; a la derecha, con Ricardo Jiménez, presidente de Costa Rica |
El año 1914 había conocido Panamá, después de viajar por muchos días en vapor desde la ciudad de Nueva York y deseaba verla una vez más. Conforme iba volando reflexionaba los prodigios que se venían desarrollando gracias al genio inventivo del hombre y de su incansable industria. El gobierno de Costa Rica había puesto los trenes a las órdenes de todos los que desearan, de manera gratuita, para que pudieran venir a San José y presenciar mi llegada.
El Spirit of St. Louis despega del aereopuerto de La Sabana, rumbo a Panamá |
Apenas hube abandonado el aparato que ya me vi tomado en alto por los grupos de entusiastas costarricenses que me condujeron en medio de vítores y vivas hasta la Legación de Estados Unidos, en donde me debía hospedar por cortos momentos. De los balcones y terrazas caía sobre las cabezas una verdadera lluvia de confeti, serpentinas y rosas. El secreto del significativo desarrollo de esta pequeña República, se lo debe al gran impulso que se ha dado a la instrucción pública que está libre de credos y que es obligatoria en toda la nación. La educación de los costarricenses ha producido como natural consecuencia no solamente una paz octaviana, sino también gobernantes hábiles y respetuosos, cortes de justicia integradas por funcionarios capaces y de probidad insospechable. La riqueza rural garantiza un porvenir enorme a dicho país donde se produce café en abundancia, plátanos para la exportación, azúcar, cacao, vainilla, zarzaparrilla, arroz y algodón. Aunque ya tenía cubierto un récord de más de 4.000 millas de vuelo, desde que salí de Washington, me era preciso llegar también a Panamá, donde se había preparado un campo ex-profeso para mi aterrizaje. El territorio desde San José hasta Panamá es muy quebrado y selvático, sin embargo existen muchos lugares donde se pudiera aterrizar, en casos urgentes. Mi ruta fue siguiendo la sección de playas y pequeños valles que forman en los flancos del río Reventazón hasta tocar en la población de Almirante; atravesé la laguna de Chiriquí y Bocas del Toro.
Una vez que llegué a la costa del Atlántico en el golfo de Mosquito proseguí sobre la playa por varias millas más antes de atravesar el campo para llegar a Panamá. En esa parte del país se notan numerosas cabañas y franjas de terrenos cultivados con distintas mieses. Pasé por entre el lago Gatún y Chorrera. Afuera, en la bahía de Panamá, se veía la isla Taboga. Aquí alcancé a ver que un escuadrón de aviones de la guarnición militar y naval de Estados Unidos venía en mi dirección, sin duda para encontrarme.
En el futuro los vuelos por la América Central, a semejanza del que había efectuado yo para llegar hasta allá, harán que los viajes aéreos se simplifiquen y generalicen más y más, hasta que se conviertan en medio de transportación ordinaria.
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