Desde abril de 1926 se publicó en Quito la revista Hélice, dirigida por el pintor Camilo Egas y el escritor Raúl Andrade. En la página 7 del tercer número, correspondiente al 23 de mayo de 1923, se publicó sin firma el artículo que aquí reproducimos y que tanto dice sobre la afición de reunir sellos de correo. Hemos respetado la ortografía original.
El álbum de estampillas usadas, es un museo de emoción internacional. Cada sello de correo arrastra consigo girones de paisajes remotos, fríos de estepas rusas y calores de desierto africano, pedazos de mar y de neblinas nórdicas, olores a muelle tropical y a carne levantina, temblor de cuchilladas en las tabernas chinas, pena cosmopolita de trasatlántico holandés, hosca desesperanza de los soldados coloniales, consumidos por las fiebres palúdicas y los vicios occidentales, dolor de la vida errante, angustia de las emigraciones, oscuridad de los agentes de comercio que viajan en tercera.
El hombre silencioso que ama la vida familiar, los potajes caseros, el ruido de la chiquillería juguetona, el gorro de dormir, la butaca forrada de peluche verdoso y las pantuflas abrigadas, cuelga de los barrotes del balcón, un anuncio modesto.
En realidad compra emociones. Las estampillas anuladas, por el membrete de las oficinas de correo, le traen una inquietud de ir y venir que no ha de saborear jamás.
Las estampillas sudanesas, llenas de signos árabes y en cuyo centro corretea un camello, le evocan páginas enteras de Pierre Loti. Las egipcias, con tres pirámides en azul, le hacen pensar en los touristas británicos de casco de corcho blanco y máquinas de fotografía terciadas, que agotaron todas la colecciones y un número crecido de botellas de whisky ...
El álbum de estampillas es su libro de horas. En él saborea los más acres deleites. Las riñas de los marinos borrachos. Las agonías de los grumetes que murieron a bordo, víctimas de enfermedades de puerto asiático. Las juegas tristes de los capitanes de navíos negreros. La embriaguez negra del opio que hace tambaleas a los oficiales de marina y desnudarse a las mujeres blancas. Los ronquidos del banjo, la lujuria de las danzas de negros y las decoraciones tropicales. La sed de los legionarios heridos, bajo cuyo nombre supuesto, se ocultaron crímenes, quiebras fraudulentas y apellidos ilustres que se mezclaron en los "procesos célebres". Las chimineas de Marsella, las calles fangosas de Yokohama, las ruletas de Macao y las bailarinas judías.
La estampilla, con su aire de visto bueno oficial, puesto en el dorso de las amarguras que viajan, es una crónica completa de Gómez Carrillo. Alineadas, rígidas y uniformes, sobre las hojas de los álbumes, semejan epitafios de mil vidas desconocidas y parecen soñar en el viaje único que hicieron al fondo de una bodega trasatlántica, con destino a la Babel-necrópolis del álbum de un coleccionista ...