"Habiéndose declarado la independencia, por el voto general del pueblo". Así decía el acta de instalación del gobierno que se instaló, hace hoy doscientos años, en la "ciudad de Santiago de Guayaquil, a nueve días del mes de octubre de mil ochocientos veinte años, y primero de su independencia".
Las circunstancias actuales no han permitido celebrar esta fecha con el despliegue que merece el suceso histórico que se conmemora. La independencia de Guayaquil fue un hecho decisivo para la consolidación de la independencia sudamericana y, me atrevería a decir, marcó el principio del fin del gobierno español en el subcontinente.
En esos días, cuando San Martín acababa de desembarcar en el Perú y Bolívar que no lograba quebrar la resistencia de Pasto, Guayaquil abrió el camino hacia la libertad de Quito. Fue en el puerto donde se formó el ejército continental que triunfaría en Pichincha y culminaría su tarea cuatro años después, en el campo de Ayacucho.
El esfuerzo de Guayaquil fue fundamental para la existencia de lo que hoy llamamos República del Ecuador. El país tuvo en Guayaquil, durante más de cien años, su puerta hacia el mundo. Ahí desembarcaban las noticias y los productos que después subirían trabajosamente los Andes.
Y para eso, claro, el correo era fundamental. Guayaquil fue, hasta entrado el siglo XX, la vía más importante para la comunicación nacional. Durante el siglo XIX el grueso de la correspondencia era desembarcado en el puerto por los barcos que hacían el servicio en la costa del Pacífico, para de ahí dirigirse al interior de la República. Y de Guayaquil salían los vapores, cargados de correspondencia para Perú y Chile, y de cartas que recalando en Panamá, se dirigirían luego hacia el norte de América, Europa o, incluso, el Atlántico sudamericano.
El primer vuelo postal salió desde Guayaquil a Cuenca, en menos de un mes serán cien años, pero el nuevo medio de comunicación no desplazó al puerto, que siguió siendo el punto de llegada de las líneas aéreas. Hubo que esperar a mediados de los años treinta del siglo pasado, para que se establecieran vuelos regulares hacia el interior.
Aunque no faltan trabajos y estudios sobre el tema, la historia postal de Guayaquil está aún por escribirse. Y cuando se lo haga, un buen caudal de información hoy desconocida nos permitirá conocer mejor la vida cotidiana de la ciudad que conectó al Ecuador con el mundo.
Un ejemplo, sin mayor significación postal o filatélica, es una carta que conozco gracias a la generosidad de Francisco Cucalón. Pensamos publicarla en agosto, cuando se cumplían ciento veinte y seis años de que fue escrita, pero me pareció mejor guardarla para esta ocasión, porque muestra, de manera sencilla y cotidiana, mucho de la significación de Guayaquil.
Carta familiar enviada el 22 de agosto de 1894 desde Guayaquil, por Emilia Albán, a su hermana Teodora A. de Heredia, quien se encontraba en Quito. Fue franqueada con un sello Rocafuerte de 5 centavos, la tarifa nacional, pero no fue despachada en el correo del puerto.
Como muy bien afirma Francisco Cucalón, sin duda se envió desde Guayaquil por lancha hacia Babahoyo, y fue ahí donde se la despachó en el correo y se le colocó el conocido matasellos ovalado de esta última ciudad. Emilia contesta el 22 una carta salida de Quito siete días antes, el 15 de agosto; sería bueno comparar ésto con lo que ocurre en la actualidad, cuando en muchos casos ese es el tiempo que toma llevar una carta desde un punto a otro de la ciudad de Quito.
Pero lo interesante es lo que la carta muestra sobre lo que era Guayaquil a fines del siglo XIX: la ciudad en la que se encontraban las novedades y los adelantos del mundo, el sitio para proveerse de aquello que no se conseguía en el interior de la República.
Emilia llegó a Guayaquil con encargos de Teodora: "... los negocios que tú me encargas, me he limitado a lo muy necesario; porque todo está carísimo y no hay el surtido que yo necesito". A Guayaquil se iba con encargos, tal como hoy vamos a Miami para proveernos de lo que aquí no se obtiene, o se lo hace a precios muy elevados.
Y, claro, la nota anecdótica en un país país que comparte las alturas andinas con la que muchos califican como la ciudad en la que termina el Caribe: lo seres del frío que no se acostumbran al trópico. "Isabel dice que está desesperada por irse a Quito, que no se enseña", cuenta Emilia, y agrega una posdata con saludos de José, "que desea pronto verte, pues, el calor y los moscos le hacen cecina".
Gracias Francisco por esta carta que, con algo tan simple, dice tanto de tu ciudad y de nuestro país.
Y viva el bicentenario.
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