Alfonso Carrillo Benítez
Varios periodos históricos se sucedieron para tener lo
que ahora conocemos como moneda; elemento básico para realizar transacciones
financieras y comerciales, pues el trueque fue el sistema rudimentario de
cambio, luego fueron los griegos que utilizaron el hierro y el cobre fue el
metal de las monedas romanas; y por último se decantó en la plata y el oro como
los metales que por su escasez, calidad, brillantez, ductilidad, entre otros
adjetivos, fueron los metales escogidos para la fabricación de monedas y por
sobre todo por su valor intrínseco. Sin embargo, para las pequeñas
transacciones no resultaban muy útiles pues se necesitaban fragmentos muy
pequeños que ponían en peligro su protección y conservación, por lo que optó por
el cobre para los menores pagos.
En el proceso, debido a que el oro y la plata podían
ser adulterados mediante aleaciones con otros metales, lo que ocasionaban
fraudes, se vio la necesidad de establecer controles de fabricación,
verificación del peso y liga y utilización de las piezas de intercambio
elaboradas, o moneda como empieza a conocerse, lo que se convierte en el punto
de partida para establecer las casas oficiales de amonedación.
El vocablo moneda se deriva del Capitolio Romano -Templo de Juno Moneta- donde se
fabricaban las piezas que servían para las transacciones, a donde acudían los
ciudadanos portadores de lingotes de oro y plata y recibían las monedas
marcadas con un sello que certificaba su calidad, espesor, peso y demás características.
El pago por este servicio o derecho de acuñación lo pagaban los usuarios que en
árabe se define con la palabra siccach
de donde se deriva el vocablo ceca, para denominar a las casas de acuñación o
amonedación.
La historia de la conquista española que se inicia con
el descubrimiento de las “Indias” a fines de siglo XV señala que vino
acompañada, como era de suponer, con la organización e imposición de sus
propias costumbres, tradiciones, religión, sistemas económicos y comerciales en
nombre de: “dos Majestades: la de Dios y la del Rey” como manifiesta el Dr.
Carlos Ortuño en su obra Historia Numismática del Ecuador, editada por el Banco
Central del Ecuador en 1977.
El sistema monetario español tenía dos patrones que se
basaban en el metal utilizado. Las monedas de oro tenían como la unidad el escudo, con múltiplos de: dos escudos o
doblón, cuatro escudos o media onza y los ocho escudos u onza. Mientras que en
las de plata la unidad era el real, con
múltiplos de dos reales o peseta, cuatro reales o medio peso y, la de ocho
reales o peso; los submúltiplos fueron el medio real y un cuarto de real o
cuartillo; en publicaciones también se establece la un octavo de real aunque
existen dudas de su presencia por el mínimo tamaño que podía tener.
Al principio de la conquista y por no existir la
moneda, pero sí las riquezas metálicas, el comercio se realizaba con pequeños
pedazos de oro y plata sin labrar, basando su valor en el peso de las piezas,
que ocasionaban varios problemas al comercio y la hacienda de España, ya que
frecuentemente se transaba sin pagar el quinto real, derecho de la corona como
impuesto. Fue este el motivo principal para la decisión que tomaron los reyes
de establecer casas de acuñación en las Indias.
Las primeras cecas establecidas en esta región
descubierta, fue por orden del Rey Carlos I de España y V del Sacro Romano por
decreto del 11 de marzo de 1535. Se fundaron una en lo que ahora es México y otra
en la Isla de Santo Domingo para que elaboren monedas con las mismas leyes que
regían en España. Se conocen monedas de estas casas desde 1536 es decir un año
después de su fundación únicamente elaboradas en plata y vellón como ordenaba
el decreto.
Posteriormente se fundan casas de amonedación en Lima
por orden del Rey Felipe II en 1565, Potosí posiblemente en 1575, donde se
ubicaron las minas argentíferas más ricas del imperio. En Santa Fe de Bogotá en
1559 por disposición de Don Felipe II, que no funcionó hasta 1620.
En los inicios se labran las denominadas monedas de martillo, por la forma de su
elaboración que se caracterizaban por su forma irregular debido a que no se
usaban cospeles o piezas metálicas circulares sino que se golpeaban en trozos
de plata y oro ajustados al peso, que se marcaban con golpes de martillo
incrustados cuños en los que se distinguían los símbolos de la corona. También
se denominaron monedas de cruz por
llevar esa insignia en uno de los lados y popularmente macuquina que se mantiene entre los numismáticos.
Luego se perfeccionaron los procesos de acuñación y se
labraron monedas circulares y con cordorcillo.
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