Manuel Dorrego |
El “loco Dorrego” lo llamaban sus enemigos; el “padre de los pobres”, sus seguidores. En sus 41 años de vida,
Manuel Dorrego peleó en batallas por la independencia, junto con Manuel Belgrano; participó en las primeras revueltas chilenas cuando aún era un joven estudiante; cruzó la cordillera de los Andes cinco años antes que el Libertador José de San Martín; se enfrentó a cara descubierta con la oligarquía porteña y, durante su corto periodo como Gobernador de Buenos Aires, tomó medidas populares y revolucionarias en favor de los humildes. Lo fusilaron el 13 de diciembre de 1828.
El
caudillo federal Manuel Dorrego era porteño. Fue el menor de cinco hermanos que
nacieron en pleno corazón de los que hoy es el barrio de San Telmo, y apocas
cuadras de la casa de su verdugo, el general Juan Lavalle. En 1810, siendo un
estudiante universitario de leyes en Chile, se unió a los grupos que peleaban
por la independencia de ese país y se convirtió en uno de los cabecillas de la
rebelión. También fue de los primeros en arengar “Junta queremos”, cuando la
Revolución de Mayo estaba por estallar.
Dorrego
abandonó los estudios, volvió a Buenos Aires e ingresó en el Ejército del
Norte. Luchó con heroísmo en las batallas de Salta y Tucumán, bajo las órdenes
de Manuel Belgrano. Debido a sus heridas en combate, quedó irreversiblemente
con la cabeza inclinada hacia un hombro.
Como
le gustaban las bromas pesadas, tanto Belgrano como San Martín lo sancionaron
por su indisciplina y lo dejaron fuera de las Batallas en Vilcapugio y Ayohuma.
Cuentan que luego de la victoria en Salta, y llevando ya varias semanas de
inmovilidad en Humahuaca, para generar adrenalina en la tropa decidió provocar
la discordia entre dos de sus mejores oficiales hasta el punto de que se
desafiaron a un duelo del que ambos resultaron heridos. Tras la derrota en Vilcapugio,
Belgrano evaluó que si Dorrego hubiera estado al mando del Batallón de
Cazadores, seguramente la batalla no se habría perdido. Manuel Dorrego era un
claro opositor del poder de la oligarquía librecambista porteña, cuyo líder era
Bernardino Rivadavia, quien se había autoproclamado presidente de las
Provincias Unidas del Río de La Plata.
Al
discutirse la Constitución de 1826, suspendió el derecho a votar de los “criados
a sueldo, peones jornaleros y soldados de línea”. Dorrego, famoso por su
elocuencia, no se quedó callado e interpeló a los diputados.
“He
aquí la aristocracia, la más terrible, porque es la aristocracia del dinero
(...). Échese la vista sobre nuestro país pobre: véase qué proporción hay entre
domésticos, asalariados y jornaleros y las demás clases, y se advertirá quiénes
van a tomar parte en las elecciones. Excluyéndose las clases que se expresan en
el artículo, es una pequeñísima parte del país, que tal vez no exceda de la
vigésima parte (...) ¿Es posible esto en un país republicano?”.
“¿Es
posible que los asalariados sean buenos para lo que es penoso y odioso en la
sociedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones?”. El argumento de
quienes habían apoyado la exclusión era que los asalariados eran dependientes
de su patrón. “Yo digo que el que es capitalista no tiene independencia, como tienen
asuntos y negocios quedan más dependientes del
Gobierno
que nadie. A ésos es a quienes deberían ponerse trabas (...). Si se excluye a
los jornaleros, domésticos, asalariados y empleados, ¿entonces quiénes
quedarían? Un corto número de comerciantes y capitalistas”.
Fusilamiento de Dorrego |
Los periódicos fueron otras de las herramientas que Manuel Dorrego utilizó para plantear sus ideas y cuestionar las medidas centralizadoras de Rivadavia, ganando prestigio en las provincias, en donde se lo consideraba uno de los dirigentes más caracterizados del federalismo en Buenos Aires.
Además
de Bernardino Rivadavia, Dorrego tenía otros enemigos internacionales: el
embajador británico en el Río de la Plata, Lord Ponsomby, quien no toleraba la independencia
y patriotismo del nuevo gobernador, como también el Emperador del Brasil y los descontentos
con el resultado del tratado de paz con el país vecino. Ambos apoyaron la
iniciativa de los unitarios de preparar un golpe contra el gobernador.
El
golpe y fusilamiento se planeó en una reunión secreta, el domingo 30 de
noviembre, en una casa en las inmediaciones de lo que hoy es Parque Lavalle en CABA.
El historiador Mario “Pacho” O’donnell reconstruye quienes fueron los mentores
de la conspiración: Bernardino Rivadavia, encubierto en la figura de un
representante francés a quien llamarían “monsieur Verennes”, los generales
Lavalle, Brown, Martín Rodríguez, el ministro Díaz Vélez y Larrea. Rivadavia,
Agüero, Valentín Gómez, Carril, Ocampo y el general Cruz participaron de todas
las reuniones secretas. Y Varela y Gallardo fueron los redactores de dos
diarios incendiarios. Los autores materiales de la orden fueron cuerpo de los
antiguos combatientes de la guerra con el Brasil, encabezado por Juan Lavalle,
a quien le prometieron la gobernación de Buenos Aires a cambio del favor.
O’Donnell
sostiene que “el fusilamiento de Dorrego no fue consecuencia de un impulso
emocional, de un arrebato violento, sino de una decisión fríamente tomada en
torno a una mesa. Fue el resultado de una decisión política para eliminar al
primer jefe popular urbano de nuestra historia que ponía en riesgo el poder de
la oligarquía porteña”.
Manuel
Dorrego fue capturado un 13 de diciembre de 1828, en las afueras de los campos
Navarro (provincia de Buenos Aires). Conociendo su destino final, le pidió sus
captores que le permitan escribir una carta al gobernador de Santa Fe,
Estanislao López, y otras a su mujer e hijas. Luego, hizo un último y extraño
pedido: morir vistiendo una chaqueta unitaria.
El
historiador Hernán Brienza, autor del libro El loco Dorrego analiza
de esta manera aquel inusual pedido:
“El
asesinado pide la chaqueta de sus asesinos y le solicita, a su vez, que se
pongan la suya. Como si se tratara de un cambio de roles o de una cofradía en
la muerte. De una complicidad en la que víctima y victimario son igualados, hermanados
para siempre. La chaqueta unitaria quedará manchada con sangre
federal. Acaso, la mejor metáfora en ciento cincuenta años de guerra
civil que se haya dado en estas tierras. Y la prenda federal será
usada por un unitario: el mejor símbolo del violento drama argentino”.
En el año 1961 ingreso al Museo Nacional por donación del doctor Julio Marc, el acta inaugural de la Convención de Santa Fe, fechada el 29 de Julio de 1828, suscribiendo la misma los diputados electos para la próxima Convención Nacional de las Provincias Unidas del Rio de la Plata en Sudamérica, entre los cuales se encontraba el General Lucio B. Mansilla. Uno de Los temas que se trata es el repudio al fusilamiento del General Manuel Dorrego.
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