En un inicio, los sellos
postales eran únicamente un instrumento técnico para facilitar el pago del
porte de correo. Una simple cifra, como en los ojos de buey brasileños, un
escudo de armas, el retrato de un soberano o alguna alegoría, eran suficientes
para servir como viñeta distintiva de los cuadraditos de papel que se pegaban
en la correspondencia. Con el paso del tiempo, sin embargo, se descubrió la
utilidad que podía tener la estampilla como instrumento de promoción o medio
para consolidar identidades nacionales; desde finales del siglo XIX, los sellos
postales empezaron a utilizarse para conmemorar acontecimientos históricos
o para mostrar al mundo los atractivos o las virtudes de un país
determinado.
En América esto ocurrió en
la transición entre los siglos XIX y XX y tomó como base dos acontecimientos
históricos, que fueron conmemorados por varios países por medio de emisiones
postales: los cuatrocientos años de la llegada de Colón a América y el
centenario de la independencia latinoamericana.
En el Ecuador, el escudo
de la República fue la imagen con la que se ilustraron las estampillas de
correos a partir de la primera emisión de 1865. En 1892, el escudo fue
sustituido por al efigie del primer presidente de la República, Juan José
Flores, y dos años más tarde se utilizó el retrato de Vicente Rocafuerte, el
segundo presidente. Se trataba, en definitiva, de estampillas pensadas sin más
finalidad que la del pago del servicio postal.
A
raíz de la revolución alfarista del 5 de junio de 1895, y tempranamente en
relación con otros países, el Ecuador descubre las bondades propagandísticas de
las estampillas. La ocasión para ello fue, precisamente, la conmemoración de la
toma del gobierno por el partido liberal.
El 30 de agosto de 1895, el Consejo de Ministros presidido por L.F. Carbo
autorizó la contratación de una emisión conmemorativa de la revolución del 5 de
junio (Registro Oficial 22, de 12 de septiembre). Se ha discutido el carácter
especulativo de esta emisión, que utilizaba un procedimiento similar al de los
cuestionados contratos de las series Seebeck, pero no nos vamos a referir a
eso.
Lo que nos interesa ahora es resaltar el propósito consciente que entonces
se tuvo de utilizar los sellos postales como instrumentos de propagando del
nuevo gobierno. No otra cosa se desprende del Decreto al que se hizo
referencia, cuyo segundo considerando afirma que "uno de los medios más
expeditos para que la conmemoración encuentre resonancia y sea conocida en todo
el orbe civilizado, es el uso de una estampilla especial de franqueo".
A poco de autorizada la emisión, el entonces Ministro de Hacienda, Lizardo
García, definió el diseño de las estampillas convirtiéndolas en un homenaje
personal a Eloy Alfaro. Todas las estampillas, decía el oficio dirigido al
contratista que se publicó en el Registro Oficial 52, de 27 de noviembre de
1895, "deben llevar el busto del Jefe Supremo, General don Eloy Alfaro", acompañado
de inscripciones recordatorias de la fecha de la revolución (5 de junio) y de
la batalla de Gatazo (14 y 15 de agosto).
Sin embargo, ni la simple conmemoración difundida al mundo por medio de sellos
postales, ni el homenaje personal al líder revolucionario, prosperaron. A la
larga, el gobierno liberal fue mucho más inteligente a la hora de entender las
posibilidades que le brindaban los sellos de correos, no solo para difundir al
mundo el flamante estado de cosas, sino sobre todo para construir el nuevo
imaginario nacional que traía consigo el liberalismo.
Fue el propio Eloy Alfaro quien, con Decreto del 6 de marzo de 1895 (Registro
Oficial 106, de 9 de marzo), estableció el diseño definitivo de los sellos.
Estos, en palabras del nuevo presidente, debían ser un homenaje a los
protagonistas de la revolución del 6 de marzo de 1845, que terminó con el
gobierno de Juan José Flores; habría, entonces, dos diseños distintos, uno con
los miembros del triunvirato de ese año (Olmedo, Roca y Noboa) y otro con el
jefe militar de la revuelta, el general Elizalde. Esos fueron los sellos que
finalmente circularon y que los catálogos identifican como "Líderes de la
Revolución Liberal" (Banco Central 124-129), "Revolución Liberal del
6 de marzo de 1845 y 5 de junio de 1895" (Bertossa, 69-75) y
"Triunfo del Partido Liberal en 1845 y 1895" (Scott, 63-69).
Lo que se hizo con la primera emisión conmemorativa ecuatoriana fue mucho más
que la simple celebración de un acontecimiento.
En efecto, el reciente triunfo liberal apareció, por medio de los sellos
postales, no como un evento nuevo o aislado, sino como un eslabón más de
la cadena de acontecimientos que permitían una forma específica de construcción
nacional, basada en la ideología liberal.
La revolución alfarista se mostraba, así, como un movimiento íntimamente
vinculado con la historia nacional, nada menos que con sucesos fundadores como
la revolución del 6 de marzo de 1845 y con líderes como el propio padre de la
patria, José Joaquín Olmedo. No hay que olvidar, tampoco, que la lucha liberal
previa al pronunciamiento de junio de 1895 se había levantado en contra de un
grupo político entre cuyos líderes se encontraban los hijos de Juan José
Flores, Antonio y Reinaldo.
A partir de la emisión conmemorativa de que circuló en 1896, los sellos postales
fueron utilizados como un instrumento más para la construcción nacional y la
consolidación del nuevo imaginario que sustituyó al Estado confesional y puso a
las fiestas cívicas en el lugar de las religiosas basándose, para ello, en
un panteón de héroes que incluía tanto a los protagonistas de la independencia
como a los líderes del liberalismo del siglo XIX.
Un buen ejemplo de ello fueron las series de personajes de 1899 y 1901, pero
nos referiremos a eso en otra ocasión.
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