Charles Lindbergh
Mi
adiós a Sudamérica
Eran las seis de la mañana del 31 de enero
de 1928, cuando elevándome respetuosamente en alto, en el aeródromo de Caracas,
di mi adiós a Sudamérica, no sin pensar una vez más en la gentileza de sus
habitantes.
Ante mis ojos se extendía la visión nueva
de países que debían ser visitados en el trayecto de regreso a la patria. Era
el círculo de mil millas más de vueltas sobre las pequeñas Antillas, hasta
llegar a Santo Tomás, en el archipiélago de la Islas Vírgenes, a donde me
dirigía yo. Para llegar cuanto antes era preciso salir temprano y utilizar la
más alta velocidad, evitando las corrientes ciclónicas que ordinariamente
ocurren casi a ras de las aguas, como si pretendieran únicamente aterrorizar a
los navíos, ya que el aeroplano puede evitarlos huyendo en dirección a las
alturas.
El Spirit of St. Louis en Santo Tomás (Islas Vírgenes) |
Desde el cabo Tres Puntas, inicié mi
carrera en línea recta con dirección a la isla de Granada y, diez minutos más
tarde, la costa del continente sudamericano se perdía de mi vista, oculta entre
los encajes de la niebla. En el océano, agitados y traicionero, surcaban tres
balandras que viajaban en igual sentido; luego, cayó sobre mí tormentosa
lluvia, pero ya veía yo las azules costas de Granada y eso me alentaba
grandemente. Después, y por el espacio de cuatrocientas millas, siempre tenía a
la vista alguna isla. En casi todas ellas, la vegetación era exuberante y la
populación era, al parecer, numerosa. Desde la isla Saba navegué derechamente
hacia Santo Tomás, que tiene una distancia de 120 millas de agua y, alterando
ligeramente mi dirección, descendí sobre las olas para saludar un vapor que por
allí estaba de paso; era el Amsterdam.
Los pasajeros agitaron sus sombreros y me miraron con sus binóculos, hasta que
los perdí de vista. Treinta millas más allá, las Islas Vírgenes, como
auténticas ondinas, asomaban sus cabezas nimbadas de luz verdácea. entre las
olas azules. Aterricé sin dificultad en Santo Tomás a las 4:50 de la tarde,
hora del meridiano, que es veinte minutos más adelantada que la hora de
Maracay. Mi vuelo había durado diez horas con quince minutos.
De Santo Tomás a Puerto Rico hay solamente
ochenta millas de distancia, es decir, hasta San Juan, la capital, pero a
pedido del gobernador de las Islar Vírgenes, tomé nueva dirección por encima de
St. Croix, cuando me dirigía a esa grande Antilla. Dejés Santo Tomás a las
11:45 de la mañana y pasé por dos islas pequeñas en las Indias Occidentales, en
mi camino a la ciudad de Christiansted, en la isla St. Croix. Este salto duró
apenas treinta minutos. Los viajes entres estas islas pequeñas por barco son
pesados, incómodos e inseguros, mas por la vía aérea se requieren tan solo unos
pocos minutos.
Lindbergh aterriza en Puerto Rico |
El agua es tan cristalina en los contornos
de estas islas, que se puede ver el fondo del mar sin dificultad y así distinguí
arrecifes y escollos en algunos lugares, pero de acuerdo con la carta
geográfica, esas profundidades aumentaron luego instantáneamente a cientos de
brazadas marítimas. Por allí circulaban numerosos botecitos veleros empeñados
en la pesca que en las Indias Occidentales es excelente y más abundante que en
ninguna otra parte del mundo.
Después de dar varias vueltas por encima
de St. Croix, me dirigí, según me había solicitado el gobernador, a
Frederiksted; de allí volé a la isla de Vieques para llegar pronto a San Juan
de Puerto Rico, en donde aterricé antes de las dos de la tarde.
Mis vuelos por estas islas me certificaron en la
idea de que sería cosa hacedera y fácil el inaugurar un servicio aéreo para el
transporte de pasajeros y correos entre las dos Américas, pues las islas
intermedias son tan frecuentes, que en una mañana despejada se puede mirar de
la una a la otra a simple vista. Por lo pronto, sería muy conveniente que un
sistema de comunicación aéreo entre estas islas, se establezca cuanto antes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario