Charles Lindbergh
A partir del 28 de mayo de 1928, diario El Comercio de Quito publicó, por entregas, la traducción del relato de Charles Lindbergh sobre su viaje a México, El Caribe y Sudamérica, en el Spirit of St. Louis. Después de su hazaña trasatlántica, el piloto norteamericano fue recibido como un héroe en los países que visitó; su presencia fue saludado, en muchos casos, con emisiones postales, y en determinados trayectos del viaje Lidbergh, transportó correspondencia. Nos ha parecido de mucho interés para nuestros lectores, especialmente los interesados en la aerofilatelia, reproducir ese relato, y lo haremos por entregas a partir de esta edición del blog.
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Charles Lindbergh junto al Spirit of St. Louis, avión con el que cruzó el Atlántico y viajó luego a México, El Caribe y Sudamérica |
En la actualidad se puede volar con iguales comodidades sobre los lugares congelados del polo que sobre las selvas tropicales ecuatoriales.
Ya no hace falta que el aviador se halle cercano a una base naval aérea ni que disponga de un cuerpo de mecánicos, pues los aeroplanos pueden viajar miles de kilómetros asistidos únicamente con reparaciones ligeras y oportunas. Pueden llevar también pasajeros por un costo que es ligeramente más alto que el ferrocarrilero.
En los países que tienen pocos ferrocarriles el aeroplano ha venido a solucionar el problema de realizar largos viajes con pequeño costo.
El Spirit of St. Louis después de haber cubierto algo más de 30.000 millas de recorrido al final de su viaje de exploración aérea por los Estados Unidos, se encontraba en excelente condiciones y estaba en capacidad de emprender en nuevos y atrevidos vuelos.
La partida desde el aeródromo de Bolling
Siempre tuve fuertes deseos de conocer los trópicos, desde tempranos años; ya de aviador no era posible me negara a mí mismo tan agradable viaje, pues soy interesado como el que más en que llegue cuanto antes la fecha de que se inaugure, como cosa perdurable, la unión de las diferentes capitales americanas por líneas aéreas. La oportunidad vino a las manos el día menos pensado, en que el Presidente de la República de México, el eminente estadista y genial don Plutarco Elías Calles, por intermedio de su Ministro residente en Washington, hízome formal invitación para que fuera allá y visitara su país. Los preparativos preliminares duraron menos de una semana.
Llegado que hubo el día de partir, tomé posesión del aparato conduciéndolo a través de un campo de 2.000 pies de extensión, en su mayor parte lodos, hasta que por último, el Spirit of St. Louis comenzó a elevarse, hasta tomar completo dominio del aire. Esto sucedía pocos minutos después del medio día del 13 de diciembre de 1927, y la extensión de mi vuelo comprendía la distancia desde Washington a México, la América Central, Panamá, Colombia, Venezuela y algunos países del Mar Caribe.
La partida fue afortunada, mas no bien hube desaparecido de la sección montañosa del estado de Carolina, que densos nubarrones y chubascos vinieron a interrumpir mis esperanzas de disponer de buen tiempo durante tan comprometida prueba. La noche me sorprendió el momento menos esperado, con sus cortejos de sombras, y muy luego, de absoluta obscuridad. La luna se negó a ser mi compañera como lo habría deseado cualquiera y la lluvia caía sobre mi sin misericordia. En mi imposibilidad de descubrir el horizonte hice varios intentos de descubrir el paraje en que me hallaba explorándolo con el reflector, mas todo fue en vano.
El sello postal con el que el correo norteamericano conmemoró el viaje trasatlántico de Lindbergh |
Me guiaba tan solo por las agujas de los instrumentos que llevaba a la vista, detalle que no me fue tan necesario en el vuelo a través del Atlántico, cuando me iba a París. Los vuelos en que se hace preciso regirse por las agujas de los aparatos, a causa de la obscuridad, son bastante laboriosos y requieren buen caudal de conocimiento y mucha serenidad; pues es preciso no solamente atender a la dirección, sino también al nivel de altitud que varía en cada caso.
Volando a menos de cien pies de altura sobre el mar
Tan luego como se hundió el sol en el horizonte, mi primer preocupación fue ganar el flanco de la costa del Golfo, que lo conseguí con satisfactorio resultado, ayudado del compás inductor de tierra, llegando bien pronto al punto indicado en el mapa que me servía de referencia. Una vez en el Golfo me topé con mayor niebla y obscuridad que me obligaron a descender hasta cosa de cien pies sobre la agitada superficie de las olas y me guiaban con sus fosforescencias, siéndome forzoso recurrir a esa ayuda para continuar mi marcha. A raíz de mi vuelo trasatlántico creí del caso equipar el aparato con un altímetro supersensible, pues que sin ese aparato los vuelos a 100 o 150 pies de elevación a lo largo de la costa serían a mi juicio, imposibles. La nueva dificultad con que tropecé ahora fue la excesiva duración de la noche, ya que en mi viaje a Francia la obscuridad duró solamente cinco horas, por cuanto el vuelo lo hacía en dirección oeste, contra el sol y a 50 grados de latitud septentrional. Todo lo contrario ocurría en el vuelo a México en el que la dirección era ligeramente occidental, en latitudes meridionales donde las noches son largas. La obscuridad duró trece horas treinta minutos.
Reconocí al punto la ciudad de Tampico, situada en la costa oriental de México, con sus tanques enormes de petróleo que semejaban fuertes bélicos. La niebla espesa la cubría casi por completo, impidiéndome la examinara y me vi obligado a descender todavía más, hasta la altura de cincuenta pies sobre el río Panuco; pero la obstinada niebla no me permitió permanecer largo tiempo en esa posición y me levanté nuevamente no sin haber registrado el compás del aparato con rumbo a la capital de México, a donde me precisaba llegar cuanto antes.
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