viernes, 10 de diciembre de 2021

MOLINA EN EL CORREDOR DE LA MUERTE

Para nuestro querido amigo costarricense

Alfonso Molina llegó al Grande Hotel, en Río Grande, para participar en el re encuentro filatélico del 2021, que los argentinos organizaron en tiempo récord y superando múltiples dificultades propias del momento.



Ya en el segundo piso, buscó su habitación y la encontró al final de un largo corredor. Curioso, pensó mientras cerraba la puerta y daba una última mirada a las sillas, una junto a la puerta de cada habitación, forradas de tela negra, que formaban dos largas y fúnebres filas a lo largo del pasillo.

Comentó el tema en el desayuno. Qué raro esto de las sillas junto a la puerta de todas las habitaciones, dijo. Los que estaban con él le miraron extrañados: ¿Qué sillas?

Pues sí. Nadie estaba en el mismo corredor que él y, en los demás, no había ninguna silla, ni forrada de negro ni sin forro.

Alcanzó a preguntarle al chico que atendía, quien le dijo con una sonrisa: “Claro, es que ese en el que está usted es el corredor de la muerte”. Y se dio media vuelta sin más explicaciones, dejando a Molina pálido y con un ligero temblor que recorría toda su humanidad.

Día de inquietud. Estaba en el corredor de la muerte y, para colmo, al final, en un puesto de privilegio. Escarbó en su memoria y no encontró haber hecho nada contra ningún argentino, que pudiera justificar lo que estaba pasando.

Nuevos recorridos por el corredor de la muerte, solo incrementaron su inquietud. Siempre vacío y en silencio; llegar a su habitación se convirtió en un macabro paseo entre sillas negras que, a ciertas horas del día, aparecían ocupadas por bandejas con restos de comida. ¿La última alimentación de los condenados?

No supo si tranquilizarse o no cuando pudo averiguar que David Braun y Dila Eaton, estaban hospedados también en el fatídico corredor. Lo de Braun confirmaba los temores: el corredor de la muerte estaba destinado a individuos de verdadero peligro. Lo de Dila le tranquilizaba, aunque pronto comprendió que podía estar ahí para brindar apoyo y consuelo, una última mirada amiga antes de la hora fatal.

Y, para colmo, acabó atrapado en el ascensor. No podía ser sino una señal: lo querían ahí, inmovilizado entre dos pisos. Rescate, con bomberos de por medio; el final aún no había llegado; Molina lívido, todos pensaban que por el susto en el ascensor. No sabían que había temores más profundos.

Le preocupó la tranquilidad de Braun. Este mae sí es valiente, pensó, y se juntó con él discretamente para tratar de encontrar juntos una salida al problema.



Fue entonces cuando David, que había conseguido un informante más comunicativo, le contó de lo que se trataba. Estaban en la parte del hotel destinada a los viajeros recién llegados a Río Grande, o trabajadores de plataformas petroleras que, antes o después de estar en ellas, debían guardar cuarentena por motivos sanitarios; las sillas, seguramente, estaban destinadas a vigilantes que, al parecer, ya no eran necesarios, y se habían convertido en depósito de bandejas de desayuno, almuerzo o cena.

Tranquilo, gordo, le dijo sonreído.

Sí, se tranquilizó. Era solo un pasajero, no una próxima víctima, en el corredor de la muerte. Solo que ahora, mientras camina entre el ascensor y su habitación, lo hace rápidamente, conteniendo la respiración.

Imágenes cortesía de Alfonso Molina

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